jueves, 25 de agosto de 2011

¡Mamá! ¡No quiero que se acaben nunca las vacaciones!

Se acerca el inicio de un nuevo curso y, mientras la mayoría está deseando volver al colegio para reencontrarse con sus compañeros, algunos niños se muestran inquietos y quisieran que las vacaciones fueran eternas.
   
Si bien hay motivos como la asimilación de los contenidos (su aprendizaje) y o la ejecución de las tareas que dependen mayoritaria-mente de la capacidad del niño, existen otras causas como un ambiente inadecuado en clase (ya sea entre los compañeros, con el profesor o con ambos), una carga excesiva de tareas o incluso la necesidad de imponer actividades extraescolares desmedidas para cubrir el horario laboral de los padres que pueden representar un verdadero problema para el niño.

Lo que aún puede complicar más las cosas es que el niño, por algún motivo, no sea capaz de verbalizar o reconocer qué es lo que le incomoda. Y en este sentido los padres debemos ser muy proactivos para poder detectar cualquier cambio en su comportamiento. Debemos facilitar la comunicación para que los niños se sientan cómodos y nos cuenten todo lo que les pasa.

Obviamente el primer paso para poder solucionar cualquier problema es conocer y reconocer su existencia. Debemos ayudarles a aislar el problema y a buscar soluciones implicándolos a ellos (en la medida de lo posible dado que son niños y la responsabilidad es nuestra – no debemos robarles la infancia haciéndoles madurar antes de tiempo) en la toma de decisiones. Frecuentemente ellos tendrán una propuesta que hacernos.

Así podremos ayudarles a afrontar la carga de trabajo, enseñarles a optimizar su tiempo mejorando su forma de estudiar, replantear las actividades extraescolares o buscar refuerzo de un especialista para asignaturas concretas, ect.

Pero ¿Qué pasa cuando el alumno tiene un conflicto con el profesor? ¿Qué pasa cuando, desde el primer momento, no se han caído bien? ¿Cuándo se trata de pura química y de caracteres contrapuestos? ¿Cuándo las calificaciones del niño son adecuadas, su comportamiento correcto, pero cada lunes te mira y te dice que no quiere estar en esa clase?

De una parte tenemos que animar al niño a trabajar bien esforzándose y recordándole que su labor se verá recompensada, recordarle que debe respetar a su profesor. Que estudiar y aprender es bueno para él y su futuro.

Pero también deberíamos hablar con el profesor. Ese es nuestro compromiso con el niño dándole respaldo y haciendo que se sienta seguro. Pero aún se complica más cuando éste último paso (por muy bien planteado que esté) resulta contraproducente para el niño dado que la percepción del profesor respecto al niño cambia negativamente y en consecuencia su comportamiento hacia él. ¿Le has dicho a mi profesor que me cae mal? ¿Mamá porque se lo has dicho? Yo solo dije quería ir a la otra clase… No olvidemos que el niño (porque es capaz y venciendo una presión que podría haberle mermado) supera el curso con buenas notas.
 
Y ahora se nos plantea el dilema… ¿Y qué pasa si el año que viene sabes con certeza que va a volver a tener a ese profesor? Ya no podrás decirle al niño: tranquilo cariño que este año seguro que va mejor…

¡Nos hemos quedado sin argumentos! ¡Y el niño sin resistencia!  ¿Y ahora qué?