sábado, 10 de septiembre de 2011

La casa... ¡y mi regalo!


Alberto no se ha quedado corto… pero tampoco se ha excedido. Lo que os cuenta es real… yo también lo he vivido.

A mí me mostró que todas las tareas diarias (cuidar de nuestra higiene, la de la casa, hacer la comida, la ropa…)  nos arrancarían tanto tiempo  que no nos permitirían descansar o disfrutar de todo lo que nos rodea (naturaleza, familia…). Y esto solo lo entenderán aquellos que no dispongan de servicios o comodidades como pasaba en la antigüedad.  Un ejemplo es el ciclo del agua: después de bombear algo de agua (escasa en ocasiones) no se podía desperdiciar nada. Teníamos que aprovechar el agua fría de la bañera de cualquiera de nosotros para fregar el suelo o lavar la ropa. Nunca se fregaban los platos o nos cepillábamos los dientes con el agua del grifo corriendo…  La televisión (mini, en blanco y negro y heredada) se dejaba de ver cuando las baterías se agotaban sin importar si el programa había terminado o no. Así que para asegurarnos no la encendíamos hasta que empezaba el programa…  Guardábamos ramitas para la salamandra… papeles… cualquier cosa que se pudiera quemar y no fuera tóxica… Sin cobertura de móviles. APRENDI A VALORAR LO QUE CUESTA TODO

Me enseñó a valorar la paz y el descanso de la naturaleza. Estar fuera en silencio escuchando los sonidos del bosque, viendo las estrellas y la luna… pasando algo de frío (en invierno no era algo sino que era frío… frío). Ahora reconozco que lo echo de menos. Sin prisas, sin ruidos, sin contaminación lumínica… ¡Durante horas!¡Solos! En más de una ocasión dormimos con el colchón de la cama en la terraza (esto también lo hemos hecho en Dosrius) casi desnudos… ¡No tiene precio! APRENDI A VALORAR LA PAZ

Un fin de semana allá aunque era trabajoso y agotador nos hacía volver como si hubiéramos estado fuera más de una semana… limpiaba nuestras mentes y nos quitaba el estrés.

En muchas ocasiones nos sentamos a darle vueltas a la casa para mejorarla. Tener más espacio… arreglar las terrazas… nos gustaba y nos sentíamos orgullosos de tener terreno pero siempre estábamos soñando con mejorarlo todo en el futuro. Ya no la tenemos… ahora miro atrás y la echo de menos… siento no haberla disfrutado más (aunque lo hiciéramos y subiéramos muy a menudo). APRENDO A VALORAR QUE HAY QUE VIVIR EL DIA A DIA Y DISFRUTARLO… Y SEGUIR TENIENDO ILUSION POR EL FUTURO PERO SIN PERDER NI UN SEGUNDO DEL PRESENTE.

Y QUE TENGO: MI FAMILIA, MIS AMIGOS... incluso MI TRABAJO... ¿Qué más puedo pedir?

viernes, 2 de septiembre de 2011

¿Y porqué no puedo tener FaceBook?


¡Nos engañemos! Aunque intentamos contener a nuestros hijos, el entorno social en el que se mueven nos pone en mucha ocasiones entre la espada y la pared. Vaya por delante que, si bien el círculo social al que nuestros hijos pertenecen viene predefinido por nosotros (al escoger un barrio o un colegio determinado… al pertenecer a una familia y residir en una población determinada), ellos escogen a SUS AMIGOS de entre todos los posibles candidatos. Así, aunque estemos satisfechos y demos el beneplácito (como si eso les importara de verdad) a sus compañías, la presión que el grupo o ciertos individuos ejercen sobre nuestros hijos nos pone contra las cuerdas.

Hay una máxima que rige su comportamiento y es que deben “identificarse” con el grupo. Y eso suele traducirse en pasar desapercibidos… en hacer lo que hacen los demás... en peinarse igual… en llevar la misma ropa…  incluso en pensar lo mismo (o manifestarlo). ¡Y la tecnología no puede ser menos!

En el caso de la tecnología a medida que crecen se vuelven tecnócratas y exigentes. Si los demás tienen FaceBook, Twitter, mail y móvil con Internet… ¿Por qué yo no tengo nada de eso y mi móvil es tu antiguo zapatofono que solo sirve para hablar? ¡Pero si no hace fotos… No puedo escuchar música y suena haciendo un ring-ring que me avergüenza! Mis amigos tienen un iPhone o una BlackBerry con Messenger que…

Intentas explicarle que son accesorios que no le van a hacer especialmente feliz. Que el teléfono (de toda la vida) nada más y nada menos que sirve para comunicarse… y acabas concluyendo que prefieres gastarte lo que sea pero que salga a tomar un refresco con sus amigos y se relacione.  Ahí es donde le das los 10 Euros de rigor y lo empujas a la calle (curioso… quien lo diría).

Avanzando en la discusión llegas a oír cosas como que no disponer de toda esa tecnología no le permite estudiar y cumplir con sus compromisos escolares y sociales. Algo así como: es que si no tengo FaceBook no puedo preguntar qué deberes tenemos para mañana…  Y que en realidad es un: no me entero de lo que ha cenado esta noche “fulanito” o no me entero de los quebrantos amorosos de “menganita”. ¡Vamos a ver! ¿Pero no os pasáis todo el día juntos? ¿No habéis tenido suficiente tiempo en el patio, los pasillos, la puerta del cole e incluso la clase para que contaros vuestra vida?

¿Llegados a este punto y antes de que nuestros hijos se subleven no creéis que debemos enseñarles  a nuestros hijos a no depender hasta tal punto de la tecnología que les impida saludarse en persona, disfrutar de una terraza y un refresco… de verse… de saber articular palabras y hablar con frases coherentes? ¿De saberse comunicar en persona?

A veces tengo la sensación de que pronto nos mandaran un mail para exigirnos que les pasemos el link de la intranet familiar con el menú semanal en lugar de preguntar: ¿Qué hay para cenar mamá?

¿Sois partidarios de que vuestros hijos tengan FaceBook, Twitter… etc.? ¿Cuándo creéis que es bueno que lo tengan?